miércoles, 9 de diciembre de 2009

Ya, pez

Un sabor entre lo amargo y lo umami,
tan inciertamente identificable por el paladar,
pero tan misteriosamente agradable.
Es ese mismo sabor el que prevalece y
se percibe ahora en estas profundidades.
No hay olores y los sonidos se distorcionan.
El agua no está lo suficientemente mojada;
no está caliente, pero tampoco demasiado fría.

Fuera del cardumen, hay uno que no les pertenece.
Un cuerpo cubierto de la cola a la cabeza
con escamas de indolencia y de un color infinitamente relativo.
Un interior repleto de espinas cóncavas y aterciopeladas,
de la osamenta más incompleta y firme de todas.

Por encima de las aguas, un ciego lo busca detenidamente:
una vez más, se ha perdido en la profundidad
y el sopor de sus ojos. Demasiado placer.
Un distinto modo de dirigir la mirada,
que se divide en dos y confunde el andar.
Definitivamente, el agua turbia no ayuda.
No interesa. Vale la pena adentrarse en ellos y
encontrarse con todo aquello que ha recopilado.
Unos ojos acuosos y saltones que aguardan
aquellos momentos que otrora se vivifican,
un pasado distinto y un porvenir diferente.
Esa mirada también está perdida en otro tiempo.

Una bocanada de aire, un bocatodo de agua,
un continuo movimiento de abrir y cerrar
de boca más una aparente y fingida respiración
que impiden realizar los más desenvueltos movimientos.
Una minúscula zozobra y sale corriendo:
es un pez más que nunca aprendió a nadar.
Se está ahogando y ahora no le queda más que flotar.

2 comentarios:

  1. "Agua turbia no ayuda"
    Y si pues, eso te quiero decir hace tiempo,
    porque de calcetin en calcetin,
    se encuentra siempre uno roto.
    Hay sitios por los que uno ya no debe buscar,
    sitios como debajo del mar,
    sucio todo con pensamientos a su modo,
    definitivamente un loco en su locura perdura.

    Entonces habla que no tienes cara de tabla,
    no te lastimes las espinas, duerme como venus en cuarto menguante, mantente lejos de cosas malas, solamente mantente distante.

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  2. Entonces, puedo pedir un brindis por el calcetín extraviado y otro más por el pie descalzo. Habrá que embriagarnos con desfachatez.

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