sábado, 5 de junio de 2010

Postrimería I

Si mi boca se exhibe empapada en saliva, no dudes, pero sí,
aunque pueda no haber mayor responsable que ese par de siseantes pupilas
que la exhortan a callar, que le piden ferozmente allegar su lengua
hasta verse camuflada bajo el horizonte de un ajeno paladar, a bene placito.
Hoy, más bien, una voz retumba hasta en mis areolas de cacao.

Mas, si he de confesar, no espero mudes de cosmovisiones,
ni que tu aliento atiborre el aire de negligentes o tajantes pretensiones,
ni verte sometido, con la espalda tan mojada de sudor y rendimiento,
a un espeluzno palidecer.
Tan sólo deseo que ni un paréntesis o pie de página
caigan en el punto bajo de la omisión,
que tus ojos platiquen con mis labios,
que tus orejas no encubran tus oídos,
y que de acero sea tu trasero, dispuesto a oír,
al posarse adyancente a mí,
para, sobre mis hombros,
hasta mi más ínfima palabra puedas inhalar.

Y si, a posteriori, se han de estancar estas palabras en mi nuez de Adán,
bendita merluza, no permitas que a la mañana se tope alguna con mi resaca,
bendita merluza, habrás de absorber hasta mi último testimonio a favor del retrete.
Mañana, menos bien, pueda el silencio sellar nuestros labios en un ademán de suposiciones.